domingo, 12 de diciembre de 2010

Dolor de inmigrantes ... Dolor de la Humanidad


Mis abuelos fueron por ambas ramas
 alemanes del Volga...
Los Burgardt maternos, los Weimer paternos (*)

Como tantos otros de sus contemporáneos arribados a estas costas -italianos, españoles, judíos, polacos- "aunque" eran rubios de ojos azules, mis antepasados también eran inmigrantes pobres. Igual que los europeos del sur de ojos, pelo y tez un poco más cetrina, ellos también vinieron como pasajeros de puente -no en camarotes-en esos barcos europeos de finales del siglo XIX. Rubios o morochos, todos eran igualmente desconfiables a pesar de que habían sido convocados para tareas que en esta tierra de promisión hacían tanta falta.
Junto con la gran marea, todos ellos vinieron cuando en Europa empezó a escasear la tierra y la integración de la economía mundial llevó a expulsar a sus habitantes más empobrecidos. Mis abuelos vinieron con hábitos de cultivo de la tierra, y por eso se aglutinaron y protegieron en sus aldeas rurales. Pero aquí los criollos no comprendían su idioma, y mucho menos sus hábitos religiosos casi medievales, ésos que en Rusia -como germanos inmigrantes también- habían luchado durante más de un siglo por conservar. Una vez en la Argentina, volvieron a ser discriminados por su lengua y sus creencias, por sus costumbres incomprensibles para los criollos, por su insistencia en conservar las tradiciones. (**)

En el campo fueron mirados por arriba del hombro, tildados de brutos y bárbaros sólo porque no lograban transmitir a los habitantes locales en qué consistía su cultura arcaica. Los pocos que se quedaron en Buenos Aires recalaron en conventillos de mala muerte, compartiendo la misma suerte que el resto de los recién llegados.

Igual que tantos italianos, españoles, judíos, polacos, muchos de ellos pasaron hambre, ocuparon tierras sin permiso, les mataron familiares, tuvieron que enviar a sus niños a trabajar...


Luego la mayoría progresó, algunos más rápido, otros más lentamente ... Hoy son parte de nuestras leyendas familiares. Nuestros padres por suerte empezaron a mezclar sus culturas en este último puerto bendito de un sur también y pese a todo bendito, donde aparentemente las diferencias se aglutinaron. Pero sólo aparentemente, porque los enfrentamientos culturales del pasado habían dejado su huella histórica indeleble.

De ahí provenimos tantos de nosotros... de ese progreso socio-económico y cultural pero a la vez de esa mentalidad herida que aún nos pone tan inseguros, que aún nos hace dudar tanto acerca de algunas cuestiones esenciales.

Queridos amigos... no olvidemos ese dolor antiguo, enquistado en algún lugar del alma humana y que ante ciertos estímulos reaparece en nosotros, como a través de una herida mal cerrada. Sobre todo cuando alguien o algo nos hace de espejo de ese pasado no tan lejano y se activa la parte dolorosa de esas historias de "recién llegados" que, como clase media en sus diversos niveles, conservamos todavía a flor de piel.

Siempre hubo migraciones forzosas en la historia de la humanidad. Siempre fueron terribles y traumáticas. Hoy somos muchos en el planeta, demasiados, y los recursos naturales escasean. Eso marca una gran diferencia con aquellas historias del pasado.

Pero ahora existe la posibilidad de una nueva abundancia, por lo menos en algunos de los descendientes de esta inmigración de los barcos que se integró a la cultura argentina. La posibilidad de entender al Otro con sus diferencias, como manera de acortar la brecha de la xenofobia que tanta amargura y lágrimas costó a quienes nos precedieron.

Ahora contamos con el capital de la información acerca del pasado y del presente, y si nos esforzamos un poco por estar despiertos y avizorar el horizonte, también podríamos contar con ciertas pistas sobre las mareas -pleamares y bajamares- del futuro. 

                                  
Sólo alcanza con proponérnoslo, con no permitir que los prejuicios eternamente sesgados de "unos contra otros", por el mero hecho de provenir de lugares distintos del planeta, oscurezca nuestra dignidad humana. No permitamos que la miseria psíquica que aún campea en algunos corazones -y ésta sí que es la más degradante de las miserias- haga que otros piensen por nosotros y nos manipulen con información polarizada. De cualquier manera llevemos luz y tendamos puentes con todos, aunque no piensen ni actúen como nosotros. Pero hagamos al mismo tiempo el trabajo ineludible que nos define como humanos: antes de levantar el dedo acusador miremos a través de la distorsiones de nuestros propios relatos, de nuestras emociones personales o colectivas.

El planeta se aglutina, vamos rumbo al gran viaje de la conciencia y dentro de este actual viaje de individuación la única raza es la raza humana. (Ya nos pasarán factura dentro de poco también los animales, con sus derechos igualmente vulnerados).

Argentinos empobrecidos y aún hambrientos, bolivianos, paraguayos, chilenos, uruguayos, la mayoría ya con hijos argentinos; y la mayor de las vergüenzas históricas dentro del país mismo, indo-americanos discriminados en su propia tierra: en vuestra historia del presente se reedita la historia de mis antepasados. Así como en otras tierras también se agita el infame fantasma del racismo contra los mexicanos en la frontera sur de los EE UU, contra los africanos y asiáticos en Europa; así como vivieron la xenofobia en su propia piel algunos de "los nuestros", huyendo del incendio de aquel 2002 no tan lejano y fueron igualmente discriminados en España o en otros lugares promisorios, adonde emigraron para buscar nuevas oportunidades; así todos y cada uno de nosotros alguna vez, nos guste recordarlo o no, hemos sido discriminados.

Tengo un compromiso en esta tarea, lo percibo ineludible y quiero asumirlo. En paz y armonía, sin desconocer que la política -de cualquier posición o bando- suele encontrar en este tema, el de la discriminación del inmigrante, tanto su talón de Aquiles como su gran oportunidad proselitista. No pienso hacerle el juego a nadie que me proponga el dolor de un humano como transa política. Pero tengo la necesidad de apoyar las propuestas que suman y no las que dividen.

Sé que así puedo honrar a mis antepasados. Qué diferente habría sido su vida si hubieran sido comprendidos y ayudados por una sociedad receptora más abierta y generosa. Qué diferente hubiera sido también la vida de mis padres, la mía y la de mis hermanos, la de nuestros descendientes.

Algunos llaman a este ejercicio psíquico "limpiar karma del pasado". No importa qué nombre le pongamos. Es la vieja y pospuesta tarea desde que bajamos de las lianas en Africa y algún viejo abuelo -o abuela- de nuestra estirpe humana empezó a caminar por la sabana.


Por las responsabilidades que todos necesitamos asumir.
Por la paz y la justicia que todos merecemos recibir.

Un gran abrazo
Olga Weyne



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(*) Así se escribía mi apellido antes que un registro civil de Entre Rios lo transformara primero en Weyme... ¡me imagino al abuelo intentando deletrearlo ante el criollo oficial del registro de las personas, en ese lejano 1922 cuando nació mi padre! Así heredaron su apellido también mis dos hermanos... ¡y a mí, en otro lejano año 1948, me inscribieron cambiandole la "m" por una "n"!.
Al apellido de mi madre le sacaron tambien una "h" en el medio...  ¡Cómo envidiaba a mis compañeritas de apellidos "pronunciables", durante el primario!

(**) Narré la historia de esta colectividad (la de mis antepasados) en mi tesis de posgrado, luego publicada.
Olga Weyne: "El Ultimo Puerto, del Rhin al Volga y del Volga al Plata",
Bs. As., Ed Tesis/Instituto Torcuato Di Tella, 1987.